jueves, noviembre 09, 2006

De la Roma a Tetelpan




De la Roma a Tetelpan:
Una aproximación a la ciudad
Adalberto Zapata
Es difícil escribir libremente para un “chilango” de una generación marcada por la revuelta anarco-marxista, perteneciente a una etnia urbana que soñó transformarse en tribu, y que sólo logro ser un “aislado” en el sentido levi-strassiano.
Como deslindar la experiencia para construir una abstracción, cuando se aman con pasión las calles húmedas de una ciudad que repulsa y atrae, con una fuerza motivada por la vivencia cotidiana.
El problema se complica al estar frente a la maquina de escribir; desde los diferentes azules de los cielos de mi ciudad, surgen desbordantes imágenes en un claro-oscuro.
Ver crecer hacia la carretera de Querétaro una infinidad de fraccionamientos; recordar el Parque de los Venados hace veinte años; descubrir una nueva fauna resistente a la lluvia ácida; camellones que se desintegran para vializar las vueltas prohibidas; haber pasado noches embriagantes soñando los cambios necesarios al ombligo del mundo que es mi ciudad, México-Tenochtitlan: la he vivido desde la Roma, Cuautepec, Polanco, del Valle, Tlalpan, hasta llegar a los alrededores de esta extraña iglesia deformada por la modernidad en Tetelpan, con su Cristo negro.
Viajar en auto a Satélite, milpas suntuosos magueyes a un lado de la carretera; comer tortas y jugar fútbol en San Mateo, ver a los antiguos ejidatarios vender sus tierras para satisfacer la demanda de habitación de una clase media orientada por el suspiro de Houston, los mexyanquis, la desestructuración de la identidad vía a la modernidad desarraigada.
La ciudad de multitudes, correo mayor, con sus olores, colores y lo último el contrabando solapado; al final unos corazones jugosos en el “Edén”. Presenciar la fundación del “Tizoncito”; tomar café‚ las veinticuatro horas en el “Robin”, mirando la desnudez de una Diana enmarcada en la sobriedad del edificio de salubridad, y los leones apacibles de Chapultepec, con sus rejas verdes.
Disfrazarse de adultos para entrar al Versalles y descubrir a Fellini, así como al grandioso Orson Wells, en el CUC.
En la reunión familiar, verme en película jugar entre las vacas, que pastan en lo que sería Homero esquina Platón; de avenida Reforma anterior al periférico, recorre una selva, distinguir libélulas azules en arroyos que serían transformados en carriles de alta velocidad; caminar entre los nombres de la civilización Occidental, tomar por el camellón de Horacio, desde la antigua pista de hielo hasta Ferrocarril de Cuernavaca, irse de “pinta” estilo Kerouac en un furgón vació de tren hasta la estación de Contreras, ser parte de la multitud silenciosa del metro Balderas y Pino Suárez, esperar un sitio para descansar en vagones hechos a mano en Ciudad Sahagún.
Caminar por reforma totalmente vacía, correr con miedo por la Avenida de los Maestros, llegar al Zócalo en un acto ritual de masas; participar en sangrientas refriegas, desde el Ariel hasta Santa Julia, sitiar la militarizada México; apedrear “burgueses” de la del Valle y a granaderos en el casco de Santo Tomos; llenar botellas de gasolina que nunca funcionaron en Observatorio; en fin, estar en la fiesta pintar paredes, tomar camiones. Generación radical que se vio compactada en manifestaciones, creyendo que construiríamos una nueva utopía.
Tomar el Km 13 y caminar a mil cumbres, tras la pasión amorosa, el rock y noticias del Canadá. Recorrer las calles mojadas abordo de un viejo Peugeot 404 con un litro de Bacardi, cuatro sombras en busca del fuego que ilumina el sueño de la soledad. Viajar con fugitivos de las selvas de Vietnam, noches sicodélicas agotadoras por el rumbo de Topilejo. Descubrir la soledad en el Parque México, fumar cigarrillos que ocultan las lágrimas en la plaza de la Conchita, sentir la angustia existencial en Insurgentes esquina Sonora. Aprender a manejar en Tecamachalco y, como prueba, descender por un circuito sofisticado que va de Lomas Altas a Barrilaco. Dormitar en la madrugada en un destartalado Juárez-Loreto. De ahí a Observatorio, la prepa, el Museo de Historia Natural y el básquetbol.
Descubrir el amor en Pedro Antonio de los Santos, y el sexo en una pequeña cerrada atrás del imponente Hotel de México. Militante en Azcapotzalco, radical en la Condesa, desarraigado en el Sanborns del cine Manacar. Solitario en medio de multitudes que han perdido su identidad.
Recordar una ciudad que ya no existe, ir a caballo de la Lindavista hasta el Atoron. soñar con una ciudad de largos y despertar en la cerrada del Moral. Leer en noches afisbradas a Hegel en un cuartito en Arquímedes; a Sartre en la Escandón; a Marx en Polanco, y a Levi-Strauss en Tetelpan. Descubrir las nubes grises desde Altavista, y jugar con un telescopio a contar los anillos de Júpiter, las lunas de Saturno, ver los dorados volcanes en el amanecer escuchando a Clapton. Ser un Chilango en Medio de extranjeros.
La otra noche, en la oscuridad de la calle murió Peter el jamaiquino......la ciudad.