sábado, noviembre 04, 2006

Etnología Mesoamericana


Mezcaltitán
Adalberto Zapata
El presente escrito intenta dar una descripción de la celebración del ritual de una misa, llevada a cabo el 25 de diciembre, en la población de la albufera de Mezcaltitán, Nayarit en 1983.
El recorrido desde Michoacán a Guadalajara lo hicimos en auto. Llegamos a la frontera etnológica de Mesoamérica, es decir, nos internamos en la cuenca del lago de Chapala, cruzando el río Lerma por la Barca, Jalisco, antes de Poncitán; dos perros surgieron en la carretera, nosotros tuvimos que detenernos y el de color café‚ oscuro se desplazó muy dignamente por la carretera aullando, regreso a la cuneta tras de recorrer un trecho del camino. Presagios no comprendidos en ese tiempo En Guadalajara se queda el coche, totalmente destruido, a causa de la borrachera de un vendedor de carreolas para niños.
Salimos de Guadalajara a Tuxpan en autobús el 24 de diciembre llegamos el 25 en la madrugada, bordeando el río San Pedro.
El desayuno en Tuxpan fue en el mercado en un puesto de madera, creó que el único abierto, en una ciudad que aun no despierta de la fiesta del 24, en el que vendían carne de puerco asada con frijoles, acompañados de blancas tortillas, en lugar de cubiertos, el puesto lo atendían tres hermosas hermanas, jóvenes morenas, el cabello les cubrían en parte la cara en la sobresalía una sonrisa, coqueta que surgía a la menor provocación.
Acostumbrándonos a la “hora del pacifico”, y en espera de una “corrida tropical”, único medio de transporte hacia la isla de Mezcaltitán, vagamos por las calles, que se encuentran llenas de haditas blancas, saltando, gritando ( bueno al parecer, al medio día hubo uno primera comunión masiva o puede ser que esas niñas de entre 7 y 11 años, llevaran flores anunciando la nueva del niño que acaba de nacer, pues era el 25 de diciembre. Nuestra búsqueda de las “corridas tropical”, nos condujo a una refresquería juvenil, que era una especie de galerón de madera en la calle principal, pintado de verde, con posters de “ídolos” juveniles (menudo, etc.) con una sinfonola en el centro de la cual salían canciones mestizas con cierta influencia de blues. La dependiente, una mujer gorda de unos cuarenta y cinco años me sirve un refresco totalmente desconocido, tengo que reconocerme chilango, nunca he visto un Toní-Col.
La estación de los “Tropical”, se localiza enfrente de un puesto hecho de tablas, el techo es de paja circular y las mesas de madera, en él venden tostadas de camarón, y hay que mandar a comprar a un niño las cervezas a una tienda distante, las cervezas son pacifico, embotelladas en Mazatlán.
Un viejito interesado por los fuereños nos informa que sólo hay dos corridas a Mazatlán, una a las seis de la mañana y la otra a las dos de la tarde; que la distancia es de 30 Km, pero “la corrida hace dos, dos horas y media” y al llegar, sólo se quedan cinco minutos y se regresa. Ya es pasado de medio día, otras personas nos dicen que ahí no hay hoteles, y que no tendríamos como regresar, que mejor salgamos la mañana siguiente a las seis.
Una anciana de cabello canoso, se acerca con su nieta y nos dice que en la isla no hay problemas, cualquier persona nos puede hospedar y si no podemos acudir a la iglesia.
Decidimos correr el albur. Nos sentamos en una tabla que va montada sobre el chasis de una Dina 600 con cambio múltiple, pero sólo le funciona el sistema de encendido. El techo es de madera sin resguardos laterales; es decir, el viaje lo hacemos a la intemperie lateral, desde una altura apreciable, lo que permite una visión general de la carretera, agua por uno y por otro lado del camino, las tierras del mítico Aztlán-Aztlatán. Recuerdo la leyenda de la peregrinación de los tenoscas en búsqueda del lugar primigenio, ahora, yo voy hacia ese sitio perdido en la leyenda.
El camino se inicia cruzando el río San Pedro, de ahí el Tropical toma la carretera que va bordeando terrenos de cultivo, principalmente Tabasco, tierras de riego.
Un campesino se sienta a mi lado, y me va platicando que los árboles que veo son sembrados para controlar el aire e impedir que el polvo se desparrame por los cultivos.
Los terrenos de cultivo van quedando atrás; en un momento dado, nos encontramos con agua a uno y otro lado; garzas, patos y otras aves se mezclan con matorrales acuáticos. El camino es casi de la anchura del camión; avanzamos casi una hora, cruzando pantanos, al final del camino se encuentra un muelle, donde están estacionados cuatro o cinco vehículos.
Cruzamos del muelle a la isla en una lancha de fibra de vidrio, nos lleva un hombre, vamos acompañados de cinco o seis personas que venían también de Tuxpan, con nosotros, la plática estriba en que “Memo” -el conductor del camión-estaba enojado; hay que pagar 30 pesos por pasar a la isla.
Al descender, ya en Mezcaltitlán encontramos una pequeña plataforma, que sirve de muelle, las banquetas del pueblo son estrechas, con escalones a trechos, pues se encuentran a m s de un metro de altura, estos niveles dan idea de la altura que llegan a tener las aguas en tiempo de lluvias.
Al llegar a la primera esquina, se ve un letrero que dice "Calle Venecia". En la esquina esta una revolvedora de acero, con un motor islo de gasolina, la calle Venecia es la calle circular de la isla.
No habíamos comido, y dos de los tres restaurantes del lugar se encuentran en la orilla del lago; al terminar de comer-jaibas-, salimos a uno de los muelles y de ahí vimos pasar una lancha con ocho muchachas muy jóvenes, adolescentes, que cantaban canciones de amor, caía la tarde y el mito de las diosas lunares, resplandecía en las aguas platinadas del lago.
Al darnos cuenta de que obscurecía, regresamos al “centro” del pueblo, donde una cantidad enorme de nichos jugaba en la plaza. Hablamos con el cura, quien se disponía a dar misa.
Después de haber acordado con ‚él que pasaríamos la noche en su casa, nos sentimos comprometidos a asistir a la misa.
El sacerdote vestido con una sotana blanca, y en el altar una enorme estatua con fondo azul, de San Pedro; mi primera impresión fue que el San Pedro tenía cierto parecido con el cura. Este era joven, 34 años, con 10 años de haberse ordenado y oficiar siempre en pequeños poblados, de Chiapas y de Jalisco, y con ya tres años en Nayarit, en Mezcaltitlán y sus alrededores, todas pequeñas poblaciones, todas comunicadas por vía acuática.
En varios sitios de la Iglesia, debajo de una imagen del Sagrado Corazón, había unos cuadernitos en los que estaba impresa una especie de guía de la misa. La realización del ritual se desarrollo siguiendo al pie de la letra el cuadernito, solo se le agrego un comentario sobre la pesca, actividad principal del lugar. Habría que resaltar que si bien el cura usó un “Ranson”, con micrófono Phillips, el canto de la misa se perdía por el sonido de la cantina, que se encuentra cruzando el parque que esta frente a la iglesia.
Los asistentes eran en su mayoría mujeres tanto jóvenes como mayores, quienes seguían al cura en sus cantos. En la cantina había mayor proporción de hombres, todos bebían cerveza en grandes cantidades.
Al llegar al momento de “la Paz”, en el desarrollo de la misa, les dimos las manos a unas adolescentes que estaban delante de nosotros y, al voltear vimos a tres individuos, que por su vestimenta, me dio la impresión de que eran de las personas importantes del pueblo; nos miraron y nos dieron “la Paz”.
Al finalizar la misa vagamos por el parque. Como a las ocho y media, el cura nos llevo a su casa, siendo esta una de las pocas, si no, la única casa de dos pisos, limpia, grande pero sin agua, el cura nos dice que los pescadores con las hélices de sus lanchas rompen el tubo que lleva agua potable a la isla. El cura, enfermo de la garganta, se queja de la población, después de las 10 de la mañana terminada la pesca, los hombres se dedican a beber cerveza. El cura quiere regresar a Chiapas, se siente derrotado ante la indolencia de sus feligreses.
A la mañana siguiente, el hombre que nos cruzó hacia el muelle de tierra firme, nos comenta que había mezcaltitecos, en “todo el mundo”, que los había en la Ciudad de México, Guadalajara y hasta en los Ángeles. También comentó, que en la isla había más mujeres que hombres y que toda la población era descendiente de seis o siete familias que con los años se habían mezclado entre sí, comentarios que se quedaron flotando en una isla de mitos, que se inventan y reinventan, de diosas niñas, femeninas con el candor de la pureza, pero con un Santo (San Pedro) como patrón del lugar.